Hace pocos años, el hombre pisó por primera vez otro astro (he aquí nuestro satélite, la Luna), y desde entonces, el mundo aceleró aun más entrando en una nueva era tecnológica.
A cualquiera de nosotros le aterraría montar en un cohete espacial, sabiendo que la potencia sumada de todos los ordenadores de la NASA en aquel momento, era inferior al de cualquier ordenador doméstico o consola de videojuegos actual.
El problema de esa escalada de la potencia de computación, está en su mal uso y de ahí que día a día sea mayor, la necesidad de seguridad. Es en este punto donde entran en juego los sistemas de doble validación.
Básicamente, podríamos decir que consiste en un mecanismo que, en el momento que indicas tu usuario y clave, te desafía de nuevo a demostrar que eres quien dices ser.
Normalmente, esto puede realizarse gracias a algo que tienes, o algo que sabes.
En muchos casos, los sistemas más tradicionales, usan tokens, que es algo (un llavero o similar) que a veces incluye un generador de claves, otras veces se usa una tarjeta de coordenadas (muchos usuarios de banca electrónica usan este tipo de tarjetas para validar ciertas operaciones). De forma que el sistema emite un código al cual se debe responder con otro, o simplemente pide cierta coordenada donde hay un dato, que naturalmente solo puede conocer quién esté en posesión de la tarjeta.
Hay sistemas que incluyen aplicaciones para tablets o smartphones, y envían o autorizan esa segunda validación mediante éstas. Otras precisan de huella dactilar, lectura de iris o retina, escáner de las venas de la mano o infinidad de otras técnicas, antes objeto de películas de ciencia ficción y hoy algo natural para muchos de nosotros.
Como todas las tecnologías, estos sistemas, paulatinamente, han ido abaratándose e integrándose con terceras herramientas, siendo que a día de hoy es muy fácil y económico desplegar un modelo de doble validación de primera clase a un coste al alcance de cualquier pequeña micro-pyme.
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