Ya casi nadie, en el mundo empresarial, se plantea, salir ahí fuera sin protección. No hablamos de enfermedades venéreas al uso, sino de intercambios de bits con individuos y corporaciones que no sabemos si están limpios.
Tal vez, sean empresas y profesionales de confianza, en cuanto a su honestidad, forma de trabajar y otros valores, pero esto no quita para que, incluso pese a sus esfuerzos, estén infectados o tengan detrás de cada apretón de manos digital, un grupo de maleantes cibernéticos, haciendo de las suyas.
Por ello, cual reino medieval, es preciso disponer de “una muralla” que nos proteja del asedio de los bárbaros que pululan la red. A estas “murallas”, antaño se les denominaba firewalls, pero también quedaron obsoletas, ante el implacable ataque de catapultas tecnológicas más avanzadas. Alguien, ya hace muchos años, en términos tecnológicos, decía que un firewall tradicional era poco menos que un cable y sin llegar a ser del todo cierto, tenía su importante parte de razón.
Sin ánimo de entrar en tecnicismos, más allá de lo estrictamente necesario, explicaré dicho razonamiento y el porqué de la obsolescencia de los sistemas heredados:
En los albores de Internet, cada aplicación transmitía por un puerto. Así, la web viajaba rumbo a puertos 80, mientras que el correo transitaba del 25 al 110 o el ftp lo hacía por el 20 y 21… Y todo era orden.
Pero la web evolucionó y las antaño estáticas web, aderezadas con gifs animados, se tornaron complejos engendros. Así, las nuevas webs denominadas 2.0, ya no eran simplemente un escaparate, sino que se empezaron a utilizar como plataformas para servir aplicaciones. Empezando por redes sociales (¿De verdad que Facebook es solo una web?), programas de gestión comercial vía web o aplicaciones para compartir ficheros desde un navegador…
Y todo ello, sin discriminación, empezó a viajar por el puerto 80, sin posibilidad de discriminar el contenido de una web del de un chat, o la transmisión de un fichero y la idoneidad de dicha transmisión para los interesas corporativos.
¿Para que sirve un firewall que filtra puertos, si la mayor parte del contenido viaja por uno que casi siempre va a estar abierto y lo que discurre por él se transmite en forma de paquetes, de los que se desconoce su contenido? En la eterna carrera para proteger nuestro mundo cibernético, surgieron las tecnologías de capas, que permitían, supervisar ese tráfico, discriminarlo y discernir entre lo que estaba permitido y lo que no.
Entonces, las murallas o cortafuegos, se re-denominaron como “UTM” (sistemas unificados para mitigar amenazas) o más recientemente NGFW (cortafuegos de nueva generación) y se incorporó estas y otras tecnologías a los vetustos firewalls.
Además, se reforzaron con antivirus, sistemas antispam y otra serie de tecnologías que persisten hasta el día de hoy.
Con ello, los centinelas podían cortar de raíz muchas de las amenazas antes de llegar a lo que sería nuestro castillo: Los datos y recursos de la empresa.
Y aunque, se siga precisando el servicio de caballeros (antivirus) en las almenas, y muchos otros medios de seguridad, todas las aldeas (negocios) por pequeños que sean, deberían de disponer de una muralla del siglo XXI.
Porque hay protección a la medida de cualquier reino, por diminuto que este sea y a la de la caja de caudales que este disponga.
Han pasado muchos siglos desde la edad media, pero al final, la cosa, no ha cambiado más allá, de la forma del campo de batalla.