Prácticamente todo elemento electrónico tiende a incorporar una cámara. Tal vez, tu lavadora AUN no… pero no tardará algún fabricante en incorporar una para ver la cara que pones al sacar la colada y reajustar el programa en función del humor detectado (cosas más raras se han visto en el mundillo).
Visto así, el elemento en cuestión es un gran aliado: nos permite intercomunicarnos de forma más amena y profunda con nuestros semejantes y poco a poco, permite a las máquinas aprender a conocernos, y realizar funciones, casi siempre en nuestro beneficio.
Pero existe otra vertiente, mucho más oscura y de la que algunos famosos ya han sido víctimas: el robo de información por este medio.
Lo más fácil es pensar en que pueden sacar fotos comprometidas si “los chicos malos” acceden a tu ordenador… o móvil y es realmente un riesgo, pero no el único.
Puede que la insistencia de las nuevas generaciones al pedir el capricho, aparato de moda, o tal vez que los padres nos quitamos de encima al insistente niño, sean algunas de las razones para ver incluso peques con 8 años armados de un teléfono cuya pantalla excede las medidas de su diminuto rostro.
Tal vez sea un hecho al que tenemos que acostumbrarnos, pero al menos a algunos, nos parece poco menos que escatológico. Pensemos ahora en un niño con ese “juguete” y en esos “ciber-malos” que puedan acceder a él.
Con solo observar, podrán saber cuándo está con sus progenitores, jugando solo en el parque (o suficientemente alejado de quien le cuida) o simplemente va de camino a la escuela a escasas dos manzanas de edificios más allá.
¿Es peligrosa la tecnología? Sí, cuando no se utiliza de forma racional y sin las medidas de seguridad adecuadas.