Compartiendo datos de la forma adecuada

Hace unos años, que se nos bombardea con eso de nominar a las nuevas generacioness (y cuidado, que hablo de nominar en el sentido de poner nombre a algo). En este caso pasamos de los “milenilas” a los “nativos digitales” y seguro que en unos años algún sociólogo ocioso, saca un nuevo nombre para los aún no nacidos.

Si por un lado soy contrario a englobar a millones de personas en un grupo simplemente por la fecha de nacimiento, sí que es cierto que la educación y circunstancias de cada generación hacen que los individuos nos comportemos de forma diferente.

Un ejemplo práctico es ver cómo suele compartir un documento el contable casi a punto de jubilarse, la chica de almacén y el becario de marketing (y piense el lector que expongo simplemente estereotipos).

Posiblemente el primero, imprime varias copias y va mesa por mesa, dejando uno o varios papeles a cada uno de los interesados. Es el viejo método y aunque trabaja a diario con el ordenador, hay ciertas cosas que, simplemente, le producen confianza en la forma de hacerlas “como se han hecho toda la vida”.

Muy probablemente algún compañero de su misma edad, más avezado y ducho en cuanto a lo tecnológico se refiere, le recrimine el procedimiento y le quiera mostrar lo fácil que es hacerlo mediante la técnica pero, con un simple aleteo de muñeca se aleje para terminar de repartir el documento.

En este mismo caso la persona que ya ha cumplido los 40, se sentirá muy cómoda mandando un email a las personas con las que quiere compartir la información y seguramente adjunte el archivo (muchas veces sin fijarse en cuánto pesa el susodicho… o más claramente… cuantos megas o gigas ocupa). Funciona y es más efectivo la mayoría de las veces pero aun le ocurre que alguna vez tiene que llamar a informática porque el correo electrónico se ha atascado y no hay forma de que salga de la bandeja… Y es que el email y “los Gigas” se llevan francamente mal.

El tercero en este hipotético escenario, es el chico recién salido que ante la petición de que comparta cierta información con algunos de sus colegas, lo pone en su Dropbox y comparte un enlace para que cada cual se lo vaya agenciando. Y es rápido, efectivo y sencillo, sino fuese porque está poniendo en Dropbox (o otros servicio del tipo) información corporativa sujeta a legislación diferente a la que un usuario tiene que cumplir. Además dichos datos viajan a Dios sabe dónde… y tiene acceso a ellos… vete a saber que institución o Gobierno… por estas y otras razones os comentamos que Dropbox no debería usarse tan a la ligera en empresas, al menos europeas.

Y es que nos falta la generación que sabiendo todo esto, sepa discernir entre las necesidades de una empresa y las de un usuario. Aquel se entienda que: “cuando el producto es gratuito… es porque el producto eres tú”. Y que haga suyos los nuevos usos corporativos conforme se despliegan nuevas formas de hacer lo hecho hasta el momento.

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